Las Jam de MJazz: “El público disfrutaba y los músicos creaban a placer de ese goce, retroalimentando un ambiente que no parecía acabar.”

Cada vez que llegaba a Matucana100 recorría La Huerta, la Explanada y el Teatro Principal, notaba cómo todos estos escenarios esperaban espectáculos sosteniéndose en el paso de un tiempo que aún no había transcurrido. No se veía ninguna nube en el cielo diurno y en el caer del sol no se avecinaba obstáculo alguno que cubriera la música, la emoción y las ansias. 

Crónicas 08/10/2022 IGNACIO ITURRIETA
mjazz_jam_escuela_superior_jazz

En el programa figuraba al final de las jornadas del viernes y el sábado la Jam ESJAZZ. Durante el día La Huerta no había albergado tanto público como esas noches repletas de gente conversando, sentados frente al escenario o en la fuente, en la barra, en las mesas, cerca de los encargados de sonido e inclusive reunidos en el término del piso de madera mientras se alzaba la madrugada. 

Los primeros minutos pasados de las 00:00, se abría la Jam. Los estudiantes de la ESJAZZ con el cantante Jorge Olivares llamaban a quien quisiese sumarse a la improvisación que empezaría a gestarse, artista que la noche del sábado –última jornada que contaría con una Jam–, acompañado de Tomás Brunetti en el bajo y de Joaquín Fuentes en el teclado crearía un solo que con su versatilidad vocal recorrería los tonos caminantes del bajo hasta los timbres irruptivos de trompetas provocando una excitación de ovaciones, aullidos y aplausos. Con el paso de los días su solo siguió resonando (y aún lo hace) en los teléfonos testigos y no testigos. 

La apertura del 30 de Septiembre emanaba un aire de excitación, aumentada al ser el primer día de MJazz, en las altas horas en La Huerta tal sentimiento no se esfumaba. Con el paso de las canciones y las improvisaciones apareció un calor que mantuvo a los oyentes adheridos a sus posiciones que finalmente desmanteló una cierta timidez gracias a frases, acordes y melodías, acabando en una alta expectativa para la próxima jornada que algunos ya trataban de imaginar pero sin poder alcanzar lo que aproximaba el siguiente día.

La primera noche de Octubre. Se subía una artista y bajaba otro, una trompeta por un saxofón, un par de manos en el teclado por un par distinto, alguien nuevo que controlara los tambores o las seis cuerdas de la guitarra. En el público se bailaba, movían la cabeza (yo incluido), chasqueaban los dedos o colectivamente empezaban las palmas siguiendo el swing proveniente del escenario. 

Aplaudía después de los solos y gritaba en señal de apoyo los nombres de esos músicos que conocí durante el día o instantes antes de subirse a entregar un trozo finito de espontaneidad musical proveniente de la habilidad, la imaginación o del mismo instante. Todo el público, más numeroso que la noche anterior, estaba cautivado por cualquier movimiento, gesto, vibración o silencio que podía ocurrir por parte de los instrumentos o parlantes que llenaban de música los vientos desde Matucana100 hasta Quinta Normal. 

Esta noche se vestía con más soltura y diversión. El público disfrutaba y los músicos creaban a placer de ese goce, retroalimentando un ambiente que no parecía acabar. Mucho menos se pensaría en algún final al ver la fila de vientos, guitarristas, bateristas o bajistas que en momentos ocupaban un costadito del escenario, inspirados y dispuestos a tocar. Los solos empezaban desde los asientos, la participación emanaba de cualquier parte y se lograba que una mínima conversación entre pares llegara a ser el acompañamiento de una agrupación creada en ese instante y movida por la música del presente.

Presenciar cualquier dinámica nacida de la nada me hizo comprender y expandir a más fronteras la importancia de la música. No es en cualquier evento, escenario, show, concierto, como quiera llamarse, en el que con naturalidad se pueda congregar un público diverso que, por ejemplo, contenga a admiradores y admiradxs. La unión no es fácil de alcanzar y un conflicto puede irrumpir en el camino, sin embargo, son estas instancias de encuentro que nos hace preguntar: ¿Realmente es imposible? A veces nos traicionamos nosotros mismos  automáticamente ante las posibilidades de ciertas esperanzas con el objetivo de no perder nada, sellando la posibilidad de conseguir, ganar o regalar. Pensar en Jazz es ver un humo constante que no se ha podido detener después de haberse creado, sin final ni límites, viviendo dentro de la nota, el ritmo, el silencio; dentro del momento. Es ahí cuando debemos recordar que sin el riesgo no se hubieran dado las primeras notas de las canciones que llegan a ser estudiadas o escuchadas con gusto, tu solo favorito hubiera sido callado y los nombres que empujan el Jazz chileno hoy estarían siendo desconocidos. La música en su composición y recreación convoca, es un acto social que se fundamenta en la interacción y he visto cómo La Huerta resguarda conversaciones de poesía, política, reencuentros de amigxs y descubrimientos de compañerxs nuevos gracias al Jazz. En la creación de reacciones encontramos un lugar para todxs, caminando hacía delante, fluyendo en el instante como los artistas de la Jam lograron que la música fluyera a un paso interminable.  


Ignacio Iturrieta (2004), nacido en Santiago de Chile. Estudiante en camino al nivel superior, desde temprana edad se ha ligado personalmente a la música, las artes y la literatura expresada mediante la guitarra y la composición. Amante de una diversidad de sonidos y letras tanto nacionales, latinoamericanas y extranjeras, en la actualidad incursiona en la difusión y participación musical chilena en géneros como el Jazz.  

Lo más visto