
Aunque hasta ahora no lo hayas advertido, has sido tú también su cauce. No te apresures en acusar ignorancia, ineptitud o escepticismo.
“Sin interacción, la audiencia seguirá pensando que el jazz es solo música para músicos y que está lejos de su acceso. Sin duda una muy buena idea es mezclar la obra con la búsqueda de generar una cercanía“.
Columnas 02/11/2022 Tomás Brunetti
El jazz, como música y arte, siempre ha gozado de un cierto grado de reputación. Todo escuchador de cualquier género puede reconocer que se trata de un arte de calidad. Sin embargo, fuera del refugio de la cofradía musical de los intérpretes, productores, gestores, difusores o escuchadores melómanos cercanos a su sonoridad, por cualquiera sea el motivo, un receptor promedio puede llegar a rotularlo inmediatamente de música “difícil y compleja.” Esto da lugar muchas veces a frases como, “el jazz me gusta, pero no entiendo nada de él”. Nos enfrentamos entonces a esta famosa incógnita: ¿es el jazz “música para músicos”?
El jazz llega como una música extranjera, compuesta por un repertorio basado en su mayoría de antiguas canciones norteamericanas. Estas se compilan en un imaginario colectivo popularmente conocido como el American Songbook, cancionero absolutamente ajeno a nuestra cultura, marcando una fuerte distancia entre el oído popular chileno y las melodías citadas en este. Su estructura y composición contienen compleja sofisticación, densidad y osadía, valiéndose de recursos musicales que no son fácilmente digeribles, para quien no ha detenido la atención de su oído en estos colores. Es como si asistiéramos a un seminario de matemática abstracta sin saber álgebra básica.
¿Es responsabilidad del mismo público entonces? ¿Hablar tan categóricamente de ignorancia e indiferencia, atribuirles toda responsabilidad, como siempre se ha hecho? Puede ser a lo menos irresponsable afirmarlo. Lo mejor es dar una profunda mirada hacia adentro y pensar en que han fallado los mismos cultores nacionales del jazz a la hora de traspasar el mensaje.
Pues digámoslo, el músico de jazz no brilla por sus dotes de comunicador y presentador tanto como por sus virtudes musicales. Siendo la primera una habilidad fundamental para conectar con el público y hacerlos partícipes de la obra.
Dada esta reflexión, se puede plantear la siguiente contestación a la problemática: educar a la audiencia desde el escenario.
¿Y cómo podemos hacerlo? ¿Cómo calzar el buen danzar del discurso sonoro con estas intervenciones? He aquí unas cuantas ideas que he visto entregar muy buenos frutos y mucha alegría en los rostros de la gente. Se van a casa habiendo escuchado bellas melodías y atrevidas improvisaciones, pero también con una nueva perspectiva de este estilo que los puede hacer cambiar su relación con la palabra jazz de ahí en adelante.
Breve explicación del funcionamiento del jazz
¿Sabes lo que es un jazz standard? ¿Sabes qué lo primero que ocurre es la exposición de una melodía? ¿Reconoces los momentos de improvisación? Asumimos de antemano que esto es conocido por cada oyente, pero no es cierto. Gran parte del público asume que lo que ocurre es una interesante ensalada de sonidos hecha por músicos de buen nivel solamente, lo que tiene por consecuencia que solo entiendan un 20% del mensaje. El entendimiento de la estructura, permite al auditor gozar con atención de las melodías, los matices, y por supuesto, de la creatividad de las improvisaciones de las que ahora puede estar al tanto.
Es de gran ayuda privilegiar construir solos cortos y precisos pensados en la oreja de los auditores.
La historia de los compositores y las obras
En los conciertos de jazz se puede ver frecuentemente una vaga interacción con el público y unos discursos bien pobres que se esconden en la armadura del instrumento.
Sin interacción, la audiencia seguirá pensando que el jazz es solo música para músicos y que está lejos de su acceso. Sin duda una muy buena idea es mezclar la obra con la búsqueda de generar una cercanía contando la historia de las canciones y los compositores más allá del sonido ¿Quienes son aquellos de los que degustamos sus obras? ¿Son nuestros referentes o somos nosotros mismos?
Podemos preguntarnos: ¿Quién fue Thelonious Monk y por qué es tan importante en la historia del jazz? ¿Cuáles son las anécdotas más descolocantes de Charlie Parker? ¿Cuál es la historia de la canción Strange Fruit de Billie Holiday? ¿Por qué compusimos esta obra y que significa su melodía?
Todas estas pequeñas cosas, no tan simples a la vista, involucran al escuchador con la obra más allá de lo estrictamente sonoro, acercándolos al humano detrás de la música, lo cual aumenta efectivamente el interés por sus sonidos.
Recuerdo personalmente un homenaje a Thelonious que montamos con un gran grupo de músicos hace ya un tiempo. Se contaron muchas historias y anécdotas de la vida del pianista. Al concluir, se acercó un caballero agradecido y dijo afectuosamente: “Muy bueno eso que haces de contar la historia del artista y las canciones. Ahora tengo ganas de ir a mi casa a escuchar más a Thelonious Monk”.
La creación de standards chilenos
El ya mencionado American Songbook no es más que música popular de aquella época anterior a la era dorada del jazz. Música pop estadounidense, canciones de Broadway y famosas películas que los jazzistas utilizaron como escenario para dar vida a su improvisación.
Los músicos se la pasan aprendiendo aquel repertorio, como todo quien quiera hacer un buen trabajo como jazzista debe hacer. Pero no nos detenemos a pensar que esas melodías no necesariamente existen en la oreja de nuestros auditores chilenos. Es muy complejo que comprendan el funcionamiento del jazz a cabalidad sin melodías que estén en su inconsciente. Por lo cual es valioso dedicar un pequeño porcentaje de nuestros esfuerzos por adquirir repertorio jazzero en construir nuestros propios standards nacionales, pues poseemos una cantidad muy grande de hermosas melodías y armonías de las cuales echar mano. Existe un real book chileno, hay versiones jazz de temas emblemáticos, pero parecen faltar aún cientos de intervenciones. Más allá de Victor Jara y Violeta Parra, dos de nuestros estandartes musicales más importantes, nuestro cancionero nacional es muy extenso y versátil, con un gran abanico de sonidos. Tal vez parezca un poco superficial pensar en tomar esas melodías, permutar su armonía original por acordes de jazz y ponerles ritmo de swing. Está lleno de recursos musicales de donde echar mano a la creatividad para hacer bellas versiones de las melodías de nuestra música que contengan interesantes arreglos, reinterpretaciones, cifras irregulares, rearmonizaciones, arreglos a dos voces y adapten ritmos latinoamericanos.
Estas tres estrategias pueden acercar al jazz a las personas más de lo que uno pudiera pensar. Basta con la voluntad de replantearse y preguntarse sobre lo que se proyecta y se entrega a los públicos. Ojalá sean cientos el día de mañana que estén en la labor de acercar el jazz a los oídos chilenos de forma universal así contribuiremos a que crezca, con los años, una honestamente interesada y sólida audiencia.
Tomás Brunetti, contrabajista, bajista y compositor. Ha participado como sesionista con una gran lista de nombres del jazz y el blues, entre ellos Ángel Parra Trio, Boris Ortiz, Gabriel Feller, Esteban Sumar, JM Carrasco, Cristian Inostroza entre otros. Sus composiciones son parte del colectivo Jazzantiago, habiendo estrenado su música como parte de su disco homónimo en 2021. También se desempeña como profesor de bajo eléctrico, jazz y música popular con una trayectoría de 15 años. Actualmente se encuentra en la preparación de su primer trabajo como solista, que espera ver la luz durante 2023.
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