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Walve cobra su parte (2021): El jazz-que-no-lo-es de Lopúrpura

¿Jazz para rockeros, o rock para jazzistas? Revisitamos lo último del porteño Lopúrpura. Un álbum ecléctico que atraviesa experimentación electrónica, cosmovisión mapuche y mucho espíritu jazz.

Reseñas 14/03/2023 Darío Fernández Darío Fernández
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Portada del disco Walve cobra su parte. Arte: @emeutea

Mediados de 2022: viajaba en metro de Viña a Valparaíso y uno de tantos músicos callejeros me despertó del letargo. Su sonido atrapa mi atención: una pista de bajo y batería con tintes sincopados emana del parlante. El artista interviene sobre la base y comienza a soplar un saxo. Tiene swing e identidad jazzera, frases circulares que suben y bajan por una escala armónica cuyo uso de semitonos, en mi escaso conocimiento teórico, describiría como reminiscencias árabes u orientales. Hay originalidad, exotismo e improvisación.

Tras algunas ejecuciones, se despide, agradece las cooperaciones y ofrece uno de sus discos en formato físico: Walve cobra su parte (2021). Lo compré y reaccionó efusivamente: era el último que le quedaba y fue mi puerta de entrada al misterioso mundo de su autor/a: Lopúrpura.

Con el tiempo le fui siguiendo: en Bandcamp figuran cinco lanzamientos: Sombras/Reflejos (2020), Eternadanza (2020), La cuerda floja (single, 2020), Humor profano (2021) y el que adquirí en el metro. El primero está vinculado a una personalidad pasada del autor; los cuatro posteriores tomaron forma bajo el nombre de Lopúrpura.

Pese a la gran calidad de su música, internet cuenta con pocos registros al respecto: algunos videos en Youtube, ninguna publicación escrita. Quizás esta sea una de las primeras, si no la única.

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Foto: Elvis Worral

Sin entrar a la bizantina controversia de "qué es y no es jazz", una certeza me surgió tras escuchar Walve cobra su parte: hay un tensionamiento de categorías musicales, un sonido que escapa a la definición tradicional de “lo jazzero”. Terminé de convencerme de esta idea cuando observé los hashtags que Lopúrpura incorporó a las publicaciones en Instagram sobre su disco: #nojazz y #fakejazz . Walve es jazz que no lo es. Jazz que podría sonar entre bandas de rock, o rock que podría sonar entre bandas de jazz. A diferencia del free jazz de los 60’, en este álbum sí hay melodías más cercanas a la estructura de canción. No obstante, el trance de sus largos solos y los puentes (o portales) de las cuatro pistas tituladas Ríos subterráneos, me recuerdan el caos intergaláctico de Sun Ra o la libertad creativa de Ornette Coleman.

El título es sumamente importante: en términos naturales, “walve” (o “hualve”) es un bosque pantanoso, humedal o ecosistema producido por exceso de humedad en la tierra. En términos culturales, el walve es también un "menoko": espacio sagrado en la cultura mapuche, muy respetado por su estrecha relación con el florecimiento de lawén (herbolaria medicinal mapuche) y por lo tanto con la sanación. En los walves hay presencia de un “ngen”, un espíritu o energía que rige ese sistema vital. Como me cuenta Pukem Inayao, una amiga escritora y mapuche, “poéticamente, encontrar el menoko es encontrar lo que te nutre y alimenta espiritualmente”.

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Foto: Elvis Worral

Desde esta base, Walve cobra su parte es un título profundamente simbólico y espiritual, aspecto que basta con escuchar el disco para comprender. Un álbum que construye un relato crítico y vertiginoso. De sonoridades oscuras, la música es alimentada por un bajo y batería repetitivos y un fraseo a dos saxos. Todo lo cual, para mayor sorpresa, está ejecutado por la misma persona, en un notable trabajo de superposición de pistas.

La nota de misticismo se acentúa en tracks como Guardianas del agua, o uno de mis favoritos: Los sueños de un culebrón, donde el saxo nos invita a viajar por un hipnótico y extenso solo, apenas interrumpido por una sicodélica guitarra a mitad del tema.

Lopúrpura construye paisajes sonoros. Música con la que puedes transportarte a la selva valdiviana, atravesar pantanos de niebla y tropezar con el verdor mapuche del sur. Pero es algo más que eso. Es una apuesta de no-jazz político y espiritual.

En el sitio de Bandcamp señala su autor/x que "Walve cobra su parte" es una “ofrenda mágica al territorio de ainil”, cuyo ecosistema, al igual que “todxs nuestrxs cuerpxs, es asediadx persistentemente por la ignorancia y la estupidez in-humana, a la cual le queda poco tiempo…”

Una descripción que confirma la turbulenta experiencia por la que atravesarás cuando escuches este álbum.

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Foto: Javiera Águila

Lopúrpura es instrumentista en bandas de la Región de Valparaíso, tales como Maloelacaeza, Légamo y Sugestión. En algunas interpreta batería y en otras saxofón. Como solista, ha publicado cinco discos, entre los cuales cuenta Walve cobra su parte. Puedes encontrar su música en Spotify, Youtube y Bandcamp, o en el trayecto del metro que conecta Limache con Valparaíso.

Ficha Técnica

Artista: Orquesta imaginaria Lopúpura
Álbum: Walve cobra su parte
Año: 2021
Tracks: 9
Duración: 23 minutos y 44 segundos
Grabación y mezcla: Estudio Enpalqui
Masterización: Love-fi Records
Arte: Emeutea

Darío Fernández Gajardo (1992), nació en Estocolmo, Suecia. Ha itinerado por diversas ciudades de la zona central y el sur de Chile, hasta instalarse en Valparaíso, donde actualmente vive. Es profesor de Lenguaje y estudió el Diplomado de Historia del Arte en la PUCV. En 2015, inició el programa radial “Palabras a Destiempo” (adestiemporadio.blogspot.com), dedicado a la investigación y difusión del jazz, la literatura y sus confluencias con las transformaciones políticas y sociales de los distintos territorios.

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