Columna de Raimundo Santander: "Carta para mis amig@s y colegas."

Pareciera que a quiénes hacemos estas músicas “elevadas”, nos bastase con sólo tocar. ¿Acaso son irrelevantes la puesta en escena, el lenguaje corporal, las sonrisas, las alocuciones, saludar y despedirnos, y especialmente, emocionarnos? Creo, con equivalente honestidad y cariño, que lo estamos haciendo mal.

Columnas 17/07/2022 Furia Jazz Furia Jazz
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Raimundo Santander, foto de Natalia Bustamante

Carta para mis amig@s y colegas.

Me cuesta escuchar jazz en vivo. Me aburro, lo encuentro monótono, siento estar frente a un grupo de personas jugando un juego hermético, cuyas reglas permanecen inaccesibles para el resto. 

Veo guitarristas digitar, bateristas baquetear y saxofonistas soplar. Y claro, empatizo en tanto músico, conozco el esfuerzo que pide aquella proficiencia técnica. Dialogo con los elementos armónicos que reconozco y me alegran las nuevas generaciones. Pero con todo, extraño casi trágicamente el elemento dionisiaco, el erotismo.

Y sobre todo, echo en falta el rasgo central del fenómeno musical, la comunicación, ese mecanismo con el que hacemos de las cosas algo común, colectivo. 

Pareciera que a quiénes hacemos estas músicas “elevadas”, nos bastase con sólo tocar. ¿Acaso son irrelevantes la puesta en escena, el lenguaje corporal, las sonrisas, las alocuciones, saludar y despedirnos, y especialmente, emocionarnos?

Creo, con equivalente honestidad y cariño, que lo estamos haciendo mal.

En el fenómeno llamado concierto ¿quién está ahí para quién? ¿es el público, anhelante de belleza, quién asiste para entregarse a los sonidos de los artistas? ¿O son estos últimos quiénes deben la posibilidad de hacer lo suyo a la existencia de un público? Seguramente la respuesta está en la medianía, pero, si queremos ahondar en la razón de nuestro trabajo, debemos inclinar la balanza.

Cada persona del público que tomó su celular en medio de una canción es una persona que no se sintió invitada a nuestro juego, que no traspasó la barrera de la abstracción, alguien a quien no pudimos emocionar. Y justamente para eso l@s músic@s de jazz estamos ahí, para abrir pechos, descubrir tierras incógnitas en los oyentes, defender valores que caen en desuso en las músicas imperantes, y brindar las maravillas del lenguaje improvisado a quiénes recién se acercan.

¿Y si nos jugamos por estas tareas? ¿si redoblamos los esfuerzos para entregar un momento significativo y no sólo el despliegue de una habilidad? Ser buen ejecutante es una linda meta para perseguir, pero más lo es convertirse en el mago que transforma la rutina en aventura, el carrete del viernes en vivencia de arte. 

No olvidemos que el jazz no era sólo erudición, técnica o estilización. Es una música festiva, que celebra los poderes creativos del ser humano y combina mágicamente eternidad e impermanencia. Hace del ahora un asunto importante y sublima anhelos de libertad y justicia. 

Por todo esto me hago un llamado, que extiendo a mis amad@s amig@s y colegas: hagamos de cada concierto una experiencia, compartamos con el público el éxtasis que vivimos cuando tocamos. Regalemos belleza y goce a quiénes eligieron dedicar su tiempo a escucharnos. ¡Seamos humildes! Nunca más caras largas, nunca más desdén en nuestra actitud. 


 Porque no da lo mismo vivir y, menos aún, crear para vivir. Contagiemos al mundo la pasión que hemos descubierto y desarrollado. Así llenaremos las salas, gastaremos los discos que hicimos con tanto trabajo, cargaremos nuestro oficio de sentido y reemplazaremos esperanzas con realidad.


Atte

Raimundo Santander

 Julio 2022